lunes, 1 de septiembre de 2025

40 AÑOS DE LA OPERACIÓN “FURIA URGENTE” Michael Mansilla.Republicacion noviembre 03, 2023


Los Rangers del ejército estadounidense regresaron a Granada en la semana del 25 de octubre, cuatro décadas después de que “liberaron” a la isla de las garras de la influencia cubana y soviética durante la Operación Furia Urgente en 1983.

Admiten que   algunos pensaron que no saldrían vivos de la isla. Las fuerzas invasoras encontraron unos 1.500 soldados granadinos y unos 784 cubanos, 60 "asesores soviéticos" incluido el personal diplomático y sus familiares. Muy bien entrenados y armamento que incluía artillería pesada. El trabajo de inteligencia fue desastroso y los soldados tuvieron que usar mapas turísticos y usar un teléfono público para comunicarse a su cuartel en EE.UU. para ser rescatados.

Grenada obtuvo la independencia del Reino Unido en 1974. Un país pobre, azotados periódicamente por huracanes sin infraestructuras turistas, pocos kilómetros asfaltados y economía basada en el cultivo de especias especialmente la nuez moscada.

Antes de la declaración de independencia casi un 40% de la población migro al Reino Unido o a otras islas del Caribe todavía bajo el control de Londres.

Sir Eric Gairy había conducido a Granada a la independencia del Reino Unido en 1974. Su mandato coincidió con protestas sociales por la situación económica, lo que supuso que el ambiente político fuera tremendamente tenso.

En las elecciones de 1976 el Partido Laborista Unido del que formaba parte Gairy reclamó la victoria, pero la oposición del marxista-leninista New Jewel Movement (NJM) no aceptó el resultado como legítimo y se desató la violencia callejera entre simpatizantes del Gobierno y bandas organizadas afines a la oposición.

A finales de los ´70 el NJM comenzó a trazar planes para derrocar al Gobierno. Miembros de este partido habían comenzado a recibir entrenamiento militar en la Guayana, Cuba y con bautismo de fuego en Angola. Aprovechando que Gairy se encontraba fuera del país, el 13 de marzo de 1979 Maurice Bishop puso en marcha la revolución. Sus fuerzas tomaron los Cuarteles Militares, la Estación de Radio, los edificios gubernamentales y las Comisarías de Policía de todo el país, derrocando al Gobierno.

Bishop fue nombrado primer ministro, anuló la constitución y el NJM gobernó por decreto estableciendo una República Popular Revolucionaria, prohibiendo el resto de los partidos políticos y anulando las elecciones.

Varios países del bloque comunista reconocieron rápidamente al nuevo Gobierno de Grenada, y Cuba ofreció su colaboración para construir un nuevo Aeropuerto y para la creación de un Ejército permanente.

Se contrató para la construcción de las instalaciones a la empresa británica Plessey Airports, siendo a pesar de ello la mayoría de los trabajadores que participaban en su construcción, de nacionalidad cubana. Se preveía finalizar las obras a comienzos de 1984.

Los dirigentes de varias naciones del Caribe, y de los EEUU observaban los acontecimientos con desconfianza. Los vínculos con países pro-soviéticos y la posibilidad de una expansión militar suponían un grave riesgo para la zona.

Como parte de esa influencia, se acusó también al Gobierno de Bishop de colaborar con Cuba y la URSS en el transporte de armas para grupos insurgentes centroamericanos.El 13 de octubre de 1983, el "ala dura" de partido, conducida por el primer ministro, Bernard Coard tomó el poder de forma ilegal y Bishop fue detenido en su residencia.

Pronto se iniciaron violentas protestas masivas a su favor, factor que le permitió huir de su cautiverio y reafirmar su autoridad como jefe del Gobierno. Sin embargo, una semana después es detenido de

nuevo junto con siete de sus principales colaboradores siendo fusilados en extrañas circunstancias en un patio interior de Fort Rupert.

Al mando del Ejército se encontraba el General Hudson Austin. Se formó entonces un Consejo Militar para gobernar el país, y con el objetivo de reducir la violencia se decretó un toque de queda de cuatro días, durante el cual, si alguien era visto por las calles, sería inmediatamente ejecutado.

El Gobernador General de Grenada, Paul Scoon, fue sometido a arresto domiciliario.

Viendo el agravamiento de la situación, la OECS solicitó ayuda a los EEUU, Barbados, Santa Lucia, San Vicente, Trinidad-Tobago y Jamaica. Según un periodista del New York Times, este llamamiento formal fue a instancias del propio Gobierno americano que ya había decidido iniciar acciones militares contra el régimen de Coard. Se mencionó el golpe de Estado, la inestabilidad política en un país cerca de sus fronteras, así como la presencia de ciudadanos americanos que cursaban estudios de Medicina en la Universidad de St. George, como los motivos que impulsaron a tomar la decisión de intervenir militarmente.

 "Operación Furia Urgente".

Los mandos de los cuerpos de Operaciones Especiales Estadounidenses se encontraban aún en estado de shock tras el fracaso acontecido durante la crisis de los rehenes en Irán, y esta podía ser una buena oportunidad para utilizar de nuevo a todas las unidades y recuperar el crédito y prestigio perdido.

Bajo este sobrenombre se conoció a la invasión por parte de los EEUU, y otros pequeños países insulares pertenecientes a la Organización de Estados del Caribe Oriental (OECS), de Granada, isla del Mar Caribe situada a 160Km al norte de Venezuela, a unos 2400Km del sudeste de los EEUU, con una superficie de 214Km cuadrados y que en ese momento contaba con una población de 110.000 personas.

 

En marzo de 1983, el presidente Reagan advirtió que la longitud de la pista de Point Salines (2700m) era más propia para el aterrizaje de grandes naves de transporte militar, y grandes tanques de almacenamiento de petróleo anexos a las instalaciones eran innecesarios para los vuelos comerciales, y que el aeropuerto se convertiría con toda seguridad en una Base Aérea Cubano-Soviética.

Comenzó a las 05:00 del 25 de octubre de 1983, y fue la primera gran operación militar llevada a cabo por los EE.UU. desde la Guerra de Vietnam. Se buscaba deponer al Gobierno de la autonombrada República Popular Revolucionaria de Granada, proteger y evacuar a los ciudadanos de los EEUU y restablecer el gobierno legítimo.

El Vicealmirante Joseph Metcalf III, comandante de la 2ª Flota del Atlántico, asumió el mando de todas las operaciones.

Los comandantes de los buques de la Armada no recibieron las órdenes de iniciar los preparativos para "Furia Urgente" hasta 40 horas antes de la Hora H. Desde el USS Guam, buque insignia del Escuadrón Anfibio Nº4, se coordinaron por medio de helicópteros CH-46 todas las operaciones logísticas en la que estaban incluidos 1800 Marines y los otros cuatro barcos que formaban parte de esa unidad: USS Barnstable County, USS Manitowoc, USS Fort Snelling, y USS Trenton. Esta gran operación tuvo que realizarse incluso de noche, factor que originó muchos problemas a los pilotos.

 

Mientras, 700 Rangers, 1600 hombres de la 82ª División Aerotransportada, y el grupo de buques comandado por el SS Independence: USS Richmond K. Turner, USS Coontz, USS Caron,USS Moosbrugger, USS Clifton Sprague, y USS Suribachi, estaban listos para entrar en acción y tomar posiciones frente a las costas de Granada.

También se contó como refuerzo adicional con la participación de los Marines de la 22ª Unidad Anfibia, que fue desviada a Granada cuando se dirigía al Líbano.

Con el fin de garantizar los objetivos y para facilitar las operaciones, la isla se dividió operativamente por la mitad. Los Marines se ocuparían de la parte Norte y los Rangers, del Sur, centrándose en la inacabada pista de Point Salines.

Aunque la invasión comenzó oficialmente el 25 de octubre, los primeros hombres que llegaron a territorio de Granada lo hicieron el día 23. Fue el Team 6 de los SEALS, que tenía como objetivo obtener información de inteligencia sobre la pista del Aeropuerto de Point Salinas para el posterior asalto de los Rangers. Debían balizar la zona y recopilar todos los datos posibles sobre las instalaciones.

Los once SEALS, portando tres Zodiac F470 saltaron sobre el océano desde aviones C-130. Cuatro de ellos, acusando el gran sobrepeso que portaban y enredados en sus paracaídas, murieron ahogados. El resto tras una breve búsqueda reanudó la misión. Antes de que pudieran ganar la playa fueron localizados por una patrullera enemiga, averiándose en la huida uno de los motores de las Zodiacs.

Ambas circunstancias obligaron a los SEALS a abortar la misión y regresar al punto de recogida.

Al amanecer del día 25, otro equipo de SEALS fue enviado en un helicóptero Blackhawk a tomar la Estación de Radio Local para que fuera utilizada por la Unidad de Guerra Psicológica. La resistencia fue poca, pero la llegada de blindados BTR-60TB les obligó a destruir las instalaciones y huir. La operación se consideró un éxito, ya que se privó al enemigo de su uso, pero estratégicamente estuvo mal planeada, ya que este grupo de asalto no está entrenado para mantener una posición, sino más bien para buscar un objetivo, destruirlo y desaparecer. Tampoco estaban equipados para mantener un intercambio de fuego prolongado.

Mientras, los Marines estaban listos, y la primera avanzadilla de helicópteros partió del USS Guam, tomando tierra a las 5 am del 25 octubre en el Aeropuerto de Pearls. Allí fueron recibidos por intenso fuego de armas ligeras y ametralladoras, obligando a los helicópteros a huir.

 

A las 6 am tres ametralladoras soviéticas de 12,7mm ubicadas en una colina cercana dieron la bienvenida al segundo asalto (Compañía Fox de los Marines) centrado esta vez sobre la ciudad de Greenville (al sur de Pearls). Helicópteros Cobra se encargaron de eliminar estas posiciones, y los Marines tomaron tierra solamente hostigados por fuego de mortero. En un par de horas, 400 hombres de las Compañías Eco y Fox acabaron con la resistencia en Greenville y Pearls.

Horas antes, los SEALS habían iniciado una misión de reconocimiento sobre una playa cercana al Aeropuerto de Pearls con objetivo de preparar el terreno a una eventual operación anfibia. Tras una complicada infiltración lograron sus objetivos de calcular profundidades, analizar las condiciones de la playa y estimar las fuerzas enemigas en la zona. Finalmente, el desembarco fue desestimado, pero aguantaron sus posiciones hasta que Pearls fue definitivamente tomado por los Marines y fueron relevados.

 

A las 5:34 am los primeros Rangers empezaron a caer sobre Point Salines, (inicialmente se preveía aterrizar sobre la pista en plena noche, pero al comprobar que la pista había sido sembrada de obstáculos, se cambiaron los planes). El salto se efectuó desde tres aviones Hércules C-130 y a una altura de unos 150m para que los hombres sólo estuvieran expuestos al fuego antiaéreo de unos 12 a 15 sg. En dos horas y tras el inconveniente del mal funcionamiento de los aparatos de navegación, todos los hombres estaban en tierra, y junto con el apoyo de aviones A-6 Intruder, A-7 Corsair y AC-130 eliminaron la resistencia, que fue mucho mayor que la que se encontraron los Marines en Pearl.

A pesar de que contaban con fotografías que indicaban los obstáculos del terreno, la falta de datos sobre las posiciones enemigas, su número y equipamiento, dificultó mucho el desarrollo de la conquista del Aeropuerto.

Una vez que los Rangers aseguraron Point Salines, fueron enviados 800 hombres de la 82ª Aerotransportada, que relevaron a los primeros para que se dirigieran a rescatar a los estudiantes americanos del "True Blue Campus" y para tomar la capital (St. George). Durante el rescate de los estudiantes, tuvieron que actuar como apoyo, cazas A-7E Corsair II, que partieron del USS. Independence.

No fue hasta las 10:30 am del 25 de octubre cuando Inteligencia informó a los Rangers que también había estudiantes en el Campus de Grand Anse. Uno de los estudiantes que vivía cerca del segundo Campus informó a los militares sobre la ubicación de las defensas antiaéreas y el rescate se efectuó mediante helicópteros CH-46 y con fuego de apoyo naval, de los helicópteros Cobra de los Marines (que mostraron una evidente fragilidad dado su escaso blindaje) y de los AC-130.

Los Rangers fueron sin duda la clave del éxito global de "Furia Urgente", y lograrían todos sus objetivos con tan sólo cinco bajas y seis heridos.

 Marines de la Compañía Golf desembarcaron al norte de St. George con trece vehículos anfibios y cinco blindados. La artillería naval y el fuego aéreo empezó a martillear las posiciones enemigas para que al amanecer del día 26, los Marines, los Rangers y los paracaidistas de la 82ª Aerotransportada iniciaran el asalto final sobre la capital.

 

La última misión de los SEALS consistió en liberar al Gobernador General de Granada, Paul Scoon (Misión "Snatch and Grab"). La infiltración se iniciaría descendiendo en rappel desde helicópteros, se eliminaría a los elementos hostiles y se procedería a la evacuación. Todo iba según lo previsto hasta que durante la identificación de los detenidos se produjo un ataque por parte de un grupo de blindados soviéticos BTR-60PB. Los SEALS fueron pronto rodeados, y se produjo un intenso cruce de fuego. Los intentos de rescate acabaron con el derribo de dos helicópteros Cobra y un Blackhawk. Tras 24 horas, los Marines lograron efectuar el relevo y evacuar sanos y salvos a Scoon, a su esposa y a otras nueve personas más.

 

Al día siguiente (26 de octubre), elementos de la 82ª Aerotransportada comenzaron a desplegarse por toda la isla.

A la mañana del tercer día de operaciones (27 de octubre) la artillería junto con el apoyo del USS Independence ataca las posiciones concienzudamente fortificadas de Fort Adolphus, Fort Matthew.

Los Delta Forcé se ocuparían de la Prisión de Richmond, (donde se encontraban encarcelados ilegalmente tanto funcionarios leales al anterior gobierno como ciudadanos no afines al actual), y de Fort Rupert lugar identificado por inteligencia como centro de operaciones del Consejo Revolucionario del General Austin.

 

La Prisión de Richmond constituía una auténtica fortaleza, y la misión de tomarla fue asignada en el último momento a los Delta Force con apoyo de los Rangers, lo que supuso que los primeros no tuvieran tiempo de realizar una correcta planificación. Además, la llegada de los Blackhawk desde Barbados se retrasó y la ejecución se tuvo que llevar a cabo a la luz del día y no al amparo de la oscuridad, como hubiera sido lo ideal.

 

El plan inicial era aterrizar con los Blackhawk fuera del perímetro de la prisión e iniciar un violento ataque frontal, pero se comprobó que el edificio se encontraba en una colina y no se encontró el lugar idóneo para poder aterrizar, así que se propuso bajar haciendo rappel y sorprender de esta forma a los defensores. Cuando el equipo Delta se dirigía hacia el objetivo, descubrió la existencia de defensas antiaéreas sobre la colina y que desde el interior el fuego era igualmente intenso. Nuevamente los informes de inteligencia habían fallado y ahora las aeronaves eran objetivo fácil.

Se solicitó apoyo aéreo, pero todos los cazas se encontraban operando en Point Salines. Tras dos derribos y otros tantos intentos de descargar a las tropas se vio que la resistencia era enorme y que la operación no era viable. Se tuvo que esperar por tanto a la llegada de refuerzos para evacuar a los heridos y tomar la prisión.

 

Los Rangers iniciaron con apoyo de la artillería y del fuego naval el asalto de los Cuarteles Militares de Calivigny, completando con su toma los objetivos marcados por las fuerzas americanas y procediendo, por tanto, a ser evacuados de Granada.

 EL día 28 de octubre, los Marines y la 82ª Aerotransportada unieron sus fuerzas en Ross Beach, aseguraron St. George y eliminaron toda resistencia aislada que se fueron encontrando por toda la isla. Ambas unidades tuvieron que reaccionar rápidamente cuando fueron requeridos para actuar en varias misiones imprevista.

Del 22 octubre al 4 de noviembre, la Octava Fuerza Aérea envió sus KC-135 y KC-10 para aprovisionar de combustible a todos los medios de transporte, ataque y reconocimiento que formaban parte de "Furia Urgente". Había que completar las misiones sin degradar para nada la capacidad operativa, y el General Charles A. Gabriel, jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea reconoció el esfuerzo a todas las unidades que participaron en la invasión.

El 2 de noviembre, todos los objetivos militares estaban garantizados. Al día siguiente se declaró el fin de las hostilidades y el país fue normalizándose, abriendo las escuelas y empresas por primera vez en dos semanas. La 22ª Unidad Anfibia de los Marines ya no era necesaria y reembarcó con destino al Líbano.

¿Un éxito?

"Furia Urgente" fue un éxito, las fuerzas estadounidenses sufrieron 18 bajas y 116 heridos, 77 de ellos fueron tratados en el USS Guam y muchos otros tuvieron que ser trasladados a la Base Naval de Roosevelt Roads (Puerto Rico). La lucha continuó durante varios días y se necesitaron un total de tropas 7.000 estadounidenses, demasiados para desalojar " a unos 600 barbudos cubanos " comentaría luego Fidel Castro.

Por parte de la fuerza local, los cubanos perdieron 25 hombres, 59 fueron heridos y 638 fueron capturados. Entre las fuerzas de Granada hubo 45 muertos y 358 heridos, falleciendo también 24 civiles.

 La fuerza invasora estuvo compuesta por unos 7000 hombres, junto con unos 300 pertenecientes al OECS, mientras que la resistencia la formaban unos 1500 soldados de Granada, alrededor de 700 cubanos y unos 60 consejeros de la Unión Soviética, Corea del Norte, Alemania Oriental, Bulgaria y Libia.

En esta Operación se probaron por primera vez en combate los cascos fabricados con kevlar, y el UH-60 Blackhawk efectuó igualmente sus primeras misión.

El mayor desafío al que se enfrentaron los americanos fue la falta de buenos datos de inteligencia. En Point Salines las operaciones se estancaron a causa de la fuerte resistencia encontrada, cosa que también sucedió durante el rescate del Gobernador General por parte de los Rangers.

También se carecían de datos precisos sobre la ubicación de los estudiantes de Medicina americanos, los planificadores del ataque no sabían que habían sido repartidos en dos lugares diferentes, a lo que hubo que sumar la alarmante falta de datos topográficos de la isla. Se tuvo que recurrir en ocasiones a mapas turísticos o a consultar a los civiles.

Otro desafío al que se enfrentaron las fuerzas invasoras fue la falta de un sistema de comunicaciones totalmente integrado. A diferencia de las unidades militares que fueron organizadas para llevar a cabo operaciones independientes del resto, no se permitió a los sistemas de comunicación esa libertad. Este problema expuso a más peligro de lo necesario a los Rangers en Point Salines, cuando los MC-130 sufrieron problemas en su equipo de navegación inercial y las transmisiones se vieron retrasadas al tener que transferirse a la Fuerza Aérea. Además de la escasez de comunicaciones, se acusó también falta de coordinación a la hora del uso de las frecuencias.

Fue tal el desorden, que en una ocasión se tuvo que recurrir a una llamada comercial para solicitar apoyo naval para proteger a una unidad SEAL que se hallaba bajo fuego enemigo. La llamada a Fort Bragg (Carolina del Norte) fue trasmitida vía satélite y finalmente el cañoneo llegó a tiempo.

 Varios factores han sido citados como la causa de los problemas de comunicaciones que se acusaron en Granada: una planificación insuficiente, falta de entrenamiento, fallos en los procedimientos, material no homogeneizado y sistemas de comunicación diferentes, fueron algunos de ellos. A pesar de la mala planificación se abrumó al enemigo gracias al mayor número de tropas, a su movilidad y a la enorme potencia de fuego desplegada.

 De la campaña psicológica estuvo a cargo del 4º Grupo de PSYOP, perteneciente a la 82ª Aerotransportada. En la fase inicial de las hostilidades fueron repartidos folletos a la población civil, se los recomendó permanecer en sus casas y sintonizar una frecuencia de radio que una estación volante de la Fuerza Aérea se encargó de proporcionar en una de sus naves. Durante el tercer día de operaciones se estableció una pequeña estación terrestre y posteriormente otra de 50KW capaz de llegar a toda la isla y que operaba 11 horas al día.

Numerosos folletos fueron lanzados desde helicópteros Sea-King con intención de minar la moral de los combatientes locales.Un asunto importante a la hora de analizar la información es que no hubo periodistas que pudieran cubrir los acontecimientos. El Vicealmirante Joseph Metcalf III estimó que los medios informativos no cubrirían la invasión hasta que no hubiera un nivel de seguridad razonable para su integridad. Cuando la operación era inminente se vio obligado a bloquear a cientos de enviados especiales que pretendían acceder a la isla. Los medios protestaron aludiendo a los derechos de los ciudadanos a conocer lo sucedido y mostraron gran enfado y frustración por no poder acompañar a las tropas. Tras acabar la intervención militar las fuerzas de EEUU se mantuvieron en la isla hasta mediados de diciembre.

Posteriormente, un consejo asesor administró el país hasta que en 1984 se celebraron elecciones generales y el Nuevo Partido Nacional (NNP) dirigido por Herbert Blaize obtuvo 14 de los 15 escaños. La Constitución, suspendida en 1979 por el PRG, se restableció tras la cita electoral.

La ONU y la mayoría de la Mancomunidad Británica de Naciones y Reino Unido y Canadá, entre otros se opusieron a la invasión. La primera ministra Británica Margaret Thatcher se opuso personalmente a la invasión estadounidense.

La primera ministra Thatcher escribió al presidente Reagan:

Esta acción será vista como una intervención por un país occidental en los asuntos internos de una pequeña nación independiente, por mucho que nos desagrade su régimen. Te pido que consideres esto en el contexto de nuestras amplias relaciones orientales-occidentales y del hecho que tendremos en los próximos días para presentar a nuestro Parlamento y la gente del emplazamiento de los misiles de crucero en este país... No puedo ocultar que estoy profundamente preocupada por tu último comunicado.

Se comprendo en el contexto de que hace apenas un año atrás el ejército británico había recuperado el territorio de las Islas Falklands, invadidas y ocupadas por la dictadura militar argentina.

La invasión a Granada es frecuentemente expuesta como un caso de aplicación por Estados Unidos de la llamada Doctrina de seguridad nacional.

El Síndrome de Viet Nam y los Rehenes de Irán.

Desde el final de la guerra de Vietnam, la mayoría de los estadounidenses han mirado con temor cualquier intervención o uso de la fuerza estadounidense en el extranjero que pudiera terminar en otro largo y sangriento estancamiento. Esto llamado síndrome de Vietnam En 1973, el Congreso aprobó la Resolución sobre Poderes de Guerra diseñada para limitar la capacidad del presidente para comprometer fuerzas en conflictos sin el apoyo del Congreso. Ha esto se le sumo el secuestro de los rehenes en la embajada de EE. UU en Irán. En el caso de la invasión a Grenada , el éxito tenía que darse. Dos días antes, el 23 de Octubre 241 efectivos militares morían por la explosión de un camión-bomba en la base estadounidense de Beirut en El Líbano. Ha partir de estos antecedentes, los americanos " tercerizaron los conflictos vendiendo armas y entrenando ha guerrillas anticomunistas". Un ejemplo la Nicaragua Sandinista, donde no puso un pie, pero armo, adiestro y financio, a los "Contras" antirrevolucionarios. Esta etapa post Viet Nam, se terminó con el conflicto Irak-Kuwait en 1990, y por supuesto después 9/11 del 2001 con la 2da invasión a Irak y Afganistán. Ahora existe el llamado "Síndrome de Afganistán". Su principal promotor resulto ser Donald Trump, que comenzó con el retiro de tropas de cualquier lugar donde Estados Unidos no tenga intereses que lo afecten o sean una amenaza.

 

Michael Mansilla

Michael Mansilla

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UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias


sábado, 16 de agosto de 2025

Defender los valores occidentales cuando el poder de Occidente está en decadencia. Michael Mansilla

 


16.08.2025

«Occidente» es un concepto en constante evolución, a veces considerado geográficamente, otras veces cultural o geopolíticamente. Durante gran parte de la historia, Occidente no se llamó así.

El término se popularizó durante la Guerra Fría y sus secuelas, cuando la caída de la Unión Soviética acercó gran parte de Europa del Este al mundo transatlántico. Según se mire, también existe un «Occidente no geográfico» que abarca a aliados geopolíticos afines, como Japón.

Occidente: más que un punto en el mapa.

El término "Occidente" no se limita a una coordenada geográfica: es una construcción histórica, cultural y política. Suele asociarse con la herencia judeocristiana y grecolatina, el cristianismo europeo (tanto católico como protestante), el Renacimiento, la Ilustración y el desarrollo del pensamiento racional y científico.

En su núcleo ideológico, se invocan valores como la democracia liberal, los derechos humanos, la libertad individual, el secularismo, el libre mercado, el Estado de derecho y el pluralismo cultural.

Aunque nació en Europa Occidental, el concepto se expandió para incluir a Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Más tarde, y por afinidad política y económica, sumó a países asiáticos como Japón y Corea del Sur. Sin embargo, la "occidentalización" de estos dos últimos ha sido más evidente en lo geopolítico y económico que en lo cultural.

Japón y Corea del Sur conservan estructuras sociales jerárquicas, clasistas y patriarcales. Su base religiosa combina budismo, sintoísmo y chamanismo, con pequeñas comunidades cristianas. La reverencia hacia los ancianos es central: las urnas con cenizas de los seres queridos suelen ocupar un altar ceremonial en los hogares.

En América Latina y el Caribe, el molde occidental se forjó bajo la colonización europea y, en el siglo XX, bajo la influencia cultural y económica de Estados Unidos. Sin embargo, el mapa cultural se complica cuando intentamos ubicar a países como Turquía, Israel, Filipinas o Sudáfrica, que no encajan del todo en las categorías clásicas.

Durante la Guerra Fría, "Occidente" se convirtió en sinónimo del bloque capitalista, liderado por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, frente al bloque socialista encabezado por la URSS. Hoy, en el lenguaje geopolítico, designa a un grupo de países que cooperan a través de instituciones como la OTAN, la Unión Europea o diversos acuerdos de libre comercio, y que defienden un orden internacional liberal frente a rivales como China o Rusia. Sin embargo, organismos como el G7 -club de las economías más industrializadas- parecen reliquias de otro tiempo, y los acuerdos de libre comercio han derivado en políticas más proteccionistas.

Más que una región objetiva, Occidente es una comunidad política imaginada, definida tanto por sus valores proclamados como por su oposición a un "otro": ayer fue el Imperio otomano o la URSS; hoy, determinados regímenes autoritarios.

La historia de Occidente, por lo tanto, es una historia de expansión en valores, alcance y, últimamente, inclusividad. Es también una historia de reinvención. Ha habido abundantes catástrofes en los anales de Occidente, en particular la forma en que la intensa competencia colonial aceleró la Primera Guerra Mundial, que asestó un golpe mortal a los imperios europeos. Y, sin embargo, el atractivo y la estatura de Occidente volvieron a crecer, esta vez en conjunción con el «siglo americano».

¿Qué significa que Occidente haya llegado al final de su era de expansión?

Es improbable que Occidente sea reemplazado por otra civilización mundial. La verdadera pregunta es otra: ¿qué significa defender los valores occidentales en una era menos dominada por Occidente? Esta pregunta tiene dimensiones geoeconómicas y geopolíticas. También incluye elementos culturales, ya que la occidentalización parcial de tantas identidades e imaginarios globales -ya sea forzada, durante los peores episodios de la era colonial europea, o a través de los atractivos positivos de la globalización liderada por Estados Unidos- es otra de las historias definitorias de los siglos anteriores.

Occidente ha tenido muchos años de apogeo, en los que la difusión de sus valores, culturas, idiomas, normas y éxitos dominó el mundo moderno. Pero la expansión no puede, por definición, continuar indefinidamente. De hecho, Occidente parece estar no solo fracturado, sino también cada vez más a la defensiva, una crisis que va mucho más allá de su política de alianzas cotidiana, cada vez más fragmentada, agravada por la segunda presidencia de Trump.

La demografía ofrece un conjunto de pistas sobre lo que está sucediendo. Tan solo en 1950, según los cálculos de la División de Población de las Naciones Unidas basados en datos censales mundiales, casi el 30 % de la humanidad vivía en Occidente. Considerando las diferentes tasas de fertilidad y diversos factores socioeconómicos, y debido al enorme crecimiento demográfico en Asia y África, se proyecta que la proporción de población de Occidente disminuya a alrededor del 12 % para 2050.

Consideremos otra métrica: la participación del G7 en la economía mundial, compuesta por las principales naciones industrializadas de Europa, América del Norte y Japón. A principios de la década de 2000, representaba el 65 %, pero esa participación ha caído muy por debajo del 50 % y podría tocar fondo cerca del 35 % en la próxima década. Las economías en ascenso (y no solo China) reducen considerablemente la participación en la producción y la productividad mundiales.

En cifras absolutas, seguirá habiendo muchos occidentales en el futuro, pero en términos relativos, Occidente debe afrontar un futuro global en el que no sea tan dominante como lo ha sido en el pasado. El dominio de la tecnología avanzada, antaño la máxima expresión del poder de atracción de Occidente, simplemente no magnifica su poder como antes. Tomemos como ejemplo la carrera de la IA. El DeepSeek de China cambió radicalmente las suposiciones sobre las ventajas nacionales relativas en el mundo de la IA. La innovación tecnológica antes se enfrentaba a fuertes limitaciones logísticas en cuanto a su velocidad de difusión global; ahora, las transformaciones tecnológicas se dispersan rápidamente a través de las fronteras y entre países.

Esta relativa reducción de tamaño y la pérdida de algunas de sus ventajas relativas son acontecimientos profundamente importantes que afectan el lugar que ocupa Occidente en un nuevo orden mundial.

Con Trump, el país más poderoso del mundo prioriza su propio beneficio; su instinto le lleva a acumular poder e influencia mientras el mundo se transforma a su alrededor. Disipar su poder persiguiendo causas globales, incluso en nombre del resto de Occidente, está desfavorecido. Como prueba, basta con considerar el enfoque de Estados Unidos en el hemisferio occidental, incluyendo el Canal de Panamá, mientras que su interés se centra en territorios como Groenlandia y Canadá. La causa internacional que realmente motiva a los Estados Unidos de Trump es su obsesión por defender su estatus, especialmente en el Pacífico, frente al auge de China.

La guerra, a menudo motor de cambio en los asuntos mundiales, cuestiona aún más el papel y la coherencia de Occidente hoy en día. Trump ha rechazado el argumento de que apoyar a Ucrania contra Rusia es una lucha por el futuro de Occidente y una batalla decisiva por la democracia. En cambio, ha preferido apoyar unilateralmente la guerra de Israel contra Irán, lo que representa la preferencia inversa en términos de compromiso militar de la mayoría de los gobiernos europeos y de Canadá.

Con pocas causas que unan a Occidente, con el tiempo estas fisuras no harán más que profundizarse. Los desacuerdos no son nuevos, pero en lugar de basarse en el consenso como criterio para juzgarlos (como en la invasión de Irak en 2003), la división corre el riesgo de convertirse en la norma. Y, a diferencia de épocas pasadas, otras regiones se están poniendo al día. A este ritmo, puede que ni siquiera exista un «Occidente» del que hablar en sentido colectivo, aunque sus partes aún encuentren una causa común de vez en cuando. Occidente, en constante cambio a lo largo de la historia, no desaparecerá, pero la utilidad del término ya no parece asegurada.

Michael Mansilla

michaelmansillauypress@gmail.com

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UyPress - Agencia Uruguaya de Noticias

lunes, 11 de agosto de 2025

La innecesaria guerra civil americana. Michael Mansilla

 

11.08.2025

Como vicepresidente de los Estados Confederados de América, Alexander Stephens lidió con su oposición a la secesión y su odio feroz a la tiranía ejecutiva, especialmente la de su propio presidente, Jefferson Davis, exponiendo las fracturas y contradicciones que condenaron a la Confederación desde adentro.

Durante la Guerra Civil estadounidense, Estados Unidos estaba más fracturado que lo que mostraba la división entre la Unión y la Confederación. En el Norte, Abraham Lincoln era un abolicionista intransigente, a pesar de que los miembros de su propio gobierno le indicaron que negociara con los sudistas. Para 1860 la esclavitud tenía el tiempo contado. Mantener un esclavo era costoso y la misma Confederación no se hubiera mantenido unida por las grandes diferencias entre sus estados conformantes. Un ejemplo Carolina del Sur dependía del cultivo del algodón y sus esclavos. Texas era un estado basado en la ganadería, que se comerciaba en el Norte.

Pero Jefferson Davis aspiraba a ser presidente autócrata, pero no lo lograría dentro de la Unión. Necesitaba crear un país propio. Pero la discordia en el seno del estado secesionista sería, con el tiempo, su ruina. Lincoln gobernó una nación dividida mediante una guerra brutal en el Sur

La relación entre Alexander Hamilton Stephens y Jefferson Davis, dos figuras centrales de los Estados Confederados durante la Guerra Civil estadounidense, comenzó como un diálogo respetuoso entre dos aparentes caballeros, pero terminaría en acusaciones de tiranía, malicia y traición, con Stephens considerando a su antiguo amigo como un aspirante a dictador.

La causa secesionista estaba impulsada por el apoyo a la institución de la esclavitud, y ambos hombres coincidían en ello. Sin embargo, diferían en prácticamente todos los demás aspectos de la vida pública y política. Uno era combativo, el otro dócil; uno, un whig radical, el otro, un demócrata sureño; uno, un vehemente opositor a la secesión, mientras que el otro se sentía felizmente comprometido con la causa; uno se oponía a la guerra entre México y Estados Unidos, en la que el otro había servido heroicamente; uno consideraba al otro un tirano, mientras que el otro lo consideraba un necio. Era una dinámica que impulsaría -y destruiría- la dinámica interna de la Confederación.

Jefferson Davis fue un héroe romántico de tiempos pasados. Sirvió a las órdenes del futuro presidente Zachary Taylor en la Guerra del Halcón Negro, durante la cual capturó y se hizo amigo del jefe Halcón Negro. Tras casarse con la hija del presidente Taylor, Davis se estableció en una plantación de algodón en el sur y se hizo rico. En 1845, fue elegido para el Congreso antes de renunciar para luchar en la Guerra Mexicoestadounidense. Para 1853, era secretario de Guerra.

Alexander Stephens, por otro lado, era un abogado y político enclenque de Georgia. No sabía luchar, pero sabía pensar. Stephens había servido en la Cámara de Representantes y defendía firmemente el Sur, pero se mostraba escéptico ante los argumentos secesionistas.

Físicamente, Stephens era casi absurdamente frágil; pasó gran parte de su infancia y adultez sufriendo intensamente. A los veintiún años, medía 1,65 metros y pesaba poco más de 37 kilos. Sus nervios eran igualmente frágiles: ni la depresión ni una ansiedad existencial severa parecían abandonarlo jamás. Pero, así como sus sufrimientos mentales no impidieron la fortaleza intelectual que a su vez derivó en un temperamento explosivo, sus dolencias físicas no impidieron una arrogancia que rayaba en la fanfarronería: en 1848, golpeó a un crítico con su bastón, quien inmediatamente lo acuchilló. Stephen apenas sobrevivió.

Ambos hombres se conocieron como colegas en el Congreso en 1845 y reanudaron su relación tras el regreso de Davis al Congreso en 1857. Kansas buscaba ser admitido en la Unión como estado esclavista, y la delicada diplomacia táctica que implicaba la empresa requería la colaboración de las mentes gemelas de Davis y Stephens. Un respeto distante surgió entre ellos.

A medida que nuevos territorios buscaban unirse a Estados Unidos como estados libres o esclavistas, las campañas a favor y en contra de la esclavitud se volvieron cada vez más extremas, mientras que las voces moderadas fueron marginadas. Stephens era una de esas voces moderadas. Sin embargo, temeroso de que una alienación total del Norte pudiera ser muy perjudicial para el Sur, Davis se mostró más dispuesto a adoptar medidas radicales. La ligera divergencia en la estrategia sentaría las bases para una devastadora división durante la guerra posterior.

Para 1861, décadas de tensiones por la esclavitud, los derechos estatales y las diferencias económicas habían fracturado a Estados Unidos. La elección de Abraham Lincoln, el primer presidente republicano de Estados Unidos y reconocido opositor a la esclavitud fue el catalizador final de la secesión sureña.

Alexander Stephens argumentó que los estados del Sur debían permanecer dentro de la Unión, creyendo que el Sur debía buscar cambiar las mentalidades a través del Congreso en lugar de separarse del Norte. En 1860, Stephens comparó la tentación del Sur de abandonar la Unión con la tentación de Adán y Eva de comer del fruto del Árbol del Conocimiento. «En una hora desfavorable, cedieron; en lugar de convertirse en dioses, solo vieron su propia desnudez. Considero este país, con nuestras instituciones, como el Edén del mundo, el paraíso del universo». En 1861, advirtió a la Convención del Estado de Georgia que «una vez dado este paso, jamás podrá revocarse; y todas las nefastas y devastadoras consecuencias que deban seguir, recaerán sobre la convención para siempre».

En febrero de 1861, la convención sureña reunida en Montgomery, Alabama, eligió a Jefferson Davis como el primer presidente de los Estados Confederados de América. A pesar de su reticencia a la secesión, Alexander Stephens fue elegido vicepresidente. El Sur estaba desesperado por demostrar al Norte que poseía fuerza e inteligencia para la batalla que se avecinaba. Davis y Stephens parecían una alianza sólida y sin facción.

Los hombres compartían algunas peculiaridades de personalidad. Ambos provenían de familias trabajadoras y tenían una opinión seria, quizás incluso sin sentido del humor, de sí mismos. Ambos eran severos y se enfermaban en momentos de gran estrés. Eran sensibles a las críticas, testarudos, inflexibles y propensos a la amargura.

Stephens pudo haber desaconsejado la secesión, pero una vez que esta se produjo, decidió aprovecharla y establecer la nueva nación sobre una base que consideraba más sólida intelectual y constitucionalmente que la de Estados Unidos. Fue un firme crítico de la Constitución estadounidense, afirmando que las ideas de los Padres Fundadores sobre la igualdad eran fundamentalmente erróneas y argumentando que la Confederación corregiría dichos errores consagrando explícitamente la esclavitud en su constitución y la supremacía blanca como la piedra angular del país. Al establecer la subordinación formalizada de los afroamericanos, rectificaría lo que consideraba un error existencial en la Constitución original.

1861 fue una breve luna de miel para el Sur secesionista, y la agresividad individual se atenuó temporalmente gracias a la buena voluntad y el entusiasmo general que los rodeaba. Davis quedó impresionado por la capacidad intelectual y la ética de trabajo de Stephens, por lo que lo involucró activamente en asuntos de estado trascendentales, como el nombramiento de generales y la selección de miembros del gabinete. A pesar de su desventaja en recursos y personal, el Sur logró victorias rápidas y vigorizantes en batalla que elevaron la moral sureña y frustraron las expectativas de la Unión de un rápido fin de la Guerra Civil.

En la fase inicial, la moral estaba en alza. Stephens dijo a una multitud reunida en Georgia que no debían «dejar que nadie dudara tímidamente del éxito. El pueblo del Sur jamás podrá ser conquistado. Nuestros enemigos confían en su número; nosotros confiamos en el valor de los hombres libres que luchan por la patria, por el hogar y por todo lo querido y sagrado».

«De todas las virtudes», creía Stephens, «ninguna es más pura, más santa, más elevada ni tan divina como la que impulsa a un hombre a ofrecerse a sí mismo, su vida, su hogar y todo lo suyo como sacrificio en el altar de su patria». Sobre todo, «El país debe ser sostenido. Todos estamos de acuerdo en esto. Todo depende de ello... Las esperanzas de la humanidad y del mundo dependen de ello».

Aunque estos discursos fueron grandilocuentes, en 1861 resultaron innecesarios. Todo el Sur estaba unido por el objetivo de la independencia y de acuerdo en cómo lograrla. Solo en los años siguientes se instalarían la duda y la discordia.

Con el tiempo, el descontento entre los políticos confederados comenzó a surgir a medida que la precariedad de los recursos obstaculizaba el esfuerzo bélico, las derrotas militares generaban pánico e ira, y las facciones y personalidades rivales comenzaban a enfrentarse. No era fácil construir una nación y librar una guerra para preservarla al mismo tiempo. Poco a poco, cada elemento de la sociedad se convirtió en objeto de crítica o defensa: dónde se asentaba la capital, cuál debía ser la gran estrategia de la Confederación, quién debía luchar, cómo debían distribuirse los recursos y a quién debían pagar impuestos. A medida que el Sur se sumía en una mayor desorganización, estas dos figuras del poder ejecutivo comenzaron a simbolizar la desorganización y la desunión de la Confederación.

Al comienzo de la guerra, Stephens se mantuvo ocupado escribiendo, planificando y redactando fuera de la capital, Richmond. Davis, por su parte, se acostumbró rápidamente a consultar con otros en lugar de con su propio vicepresidente.

La combinación de Davis y Stephens pretendía, como cualquier fórmula con presidente y vicepresidente, atraer a una amplia gama de votantes. Davis era un secesionista radical, un líder de mentalidad militar que creía firmemente en un esfuerzo bélico centralizado, mientras que Stephens era un hombre de letras, conocido por su defensa de un gobierno central limitado. En lugar de unificar a las diferentes facciones de la Confederación, ambos hombres comenzaron a representar objetivos y filosofías políticas distintas.

A medida que avanzaba la guerra, un error tras otro en la política militar agravó las fisuras en la relación entre Davis y Stephens. El bloqueo naval de la Unión paralizó el comercio sureño. El rumbo cambió para las victorias militares iniciales del Sur, y la escasez de alimentos, armas y bienes condujo cada vez más a la inflación y a disturbios.

En 1862, Davis implementó medidas que precipitaron una destrucción total de su relación con su vicepresidente: la ley de conscripción confederada y la ley que autorizaba la suspensión del recurso de hábeas corpus.

Para Stephens, el servicio militar obligatorio representaba la peor subyugación al Estado. Escribió una carta pública al Constitucionalista de Augusta, argumentando que la implementación del servicio militar obligatorio ponía en duda el fervor del patriotismo y representaba una terrible violación de la libertad personal; ambas, argumentaba, disminuirían el entusiasmo de la gente por alistarse y luchar. Stephens se complacía en afirmar que Davis estaba reduciendo la cantidad de voluntarios que recibía la Confederación. Davis, continuó, no quería revelar el número de los que se alistaban; de hecho, ni siquiera quería voluntarios.

Para Stephens, los voluntarios representaban todo lo bueno y libre, mientras que el reclutamiento representaba todo lo autoritario y dictatorial. El reclutamiento podía conducir a una tiranía de corte bonapartista contra quien dirigía el ejército. Si tan solo, argumentaba Stephens, el Congreso del Sur prohibiera el reclutamiento, entonces, y solo entonces, los hombres se alistarían, animados por el hecho de que el país por el que luchaban no era el tipo de estado tiránico que los obligaría a luchar. No importaba que los generales Lee y Johnston hubieran solicitado la aprobación de la Ley de Reclutamiento; Stephens la veía solo como un medio para aumentar el poder de Davis.

Muchos en el Sur consideraron absurda la opinión de Stephens, y su publicación. El Richmond Examiner calificó las acciones de Stephens de «absurdas tonterías y autoengaño». Stephens se había adelantado con denuncias públicas casi histéricas contra su propio presidente tan temprano en la guerra. Stephens, por ahora, estaba en desacuerdo con la opinión pública.

Para Davis, sin embargo, un gobierno eficaz requería un ejército eficaz. Ambos eran necesarios para consolidar el Sur Confederado como un estado legítimo y próspero.

Sin embargo, con el paso de los meses, y trayendo consigo historias de terror sobre el reclutamiento, algunos de quienes habían apoyado a Davis como presidente se distanciaron de él, cada vez más preocupados por su forma de ejercer el poder. Davis aún no era denunciado como Robespierre, pero los rumores sobre su tiranía alimentaban la oposición.

En febrero de 1862, la Confederación suspendió el recurso de habeas corpus , que impedía el encarcelamiento sin juicio. La suspensión se renovó dos veces más durante los siguientes 18 meses. A medida que cada ratificación se hacía más evidente, Stephens se horrorizaba aún más: la libertad de los ciudadanos blancos confederados estaba en peligro, incluso más que el reclutamiento.

Davis intentó apaciguar las críticas limitándolas a las zonas que sus generales consideraban más propensas a ser atacadas. Sin embargo, sus subordinados no se mostraron tan moderados . Para el verano de 1862, se había impuesto la ley marcial en todo Texas, gran parte de Arkansas y la mayor parte de Luisiana.

Stephens estaba furioso. Quizás el Congreso podría suspender el habeas corpus en momentos de amenaza urgente. Pero nada ni nadie -ni un general ni un presidente- podía declarar la ley marcial en los Estados Confederados de América.

Stephens empezó a desesperarse ante la falta de alarma general. Davis, a diferencia de Lincoln, había esperado a que su Congreso aprobara cada suspensión antes de implementarla. Esto no le sirvió de mucho consuelo a Stephens, para quien el Congreso era «ignorante de principios, lamentablemente ignorante».

Impotente ante tal ignorancia, Stephens -quien apenas había estado en Richmond en sus mejores momentos- desapareció casi por completo de la capital confederada. Poco podía hacer, explicó a sus partidarios. En una carta a una mujer en Mississippi, escrita en marzo de 1863, admitió que «ningún número igual de personas en la Tierra tuvo jamás a su disposición más elementos esenciales de la guerra que nosotros», pero le confió que «lo único que falta [...] es la inteligencia para gestionar y moldear nuestros recursos». La carta se publicó. Las relaciones entre el presidente y el vicepresidente se enfriaron.

Los dos últimos años de la guerra no fueron favorables para el Sur Confederado. Una estrategia de desgaste implementada por el ejército de la Unión devastó aún más a las fuerzas confederadas, mientras que la "Marcha hacia el Mar" del general Sherman destruyó la infraestructura y la moral, mientras las fuerzas del ejército del Norte abrían una franja de destrucción desde Atlanta hasta Savannah. A medida que la guerra se prolongaba, la deserción aumentó y el apoyo civil disminuyó.

Mientras Davis ansiaba desesperadamente una victoria que nunca llegaría, Stephens emprendió su propia y desesperada carrera por la paz. Primero ofreció ser enviado a Washington para participar en la negociación de un intercambio de prisioneros de guerra. Sugirió que, en el Norte, podría evaluar el deseo de paz y embarcarse en un acuerdo que resultara en un Sur independiente. La batalla de Gettysburg en julio de 1863 significó que Stephens no tuvo la oportunidad de negociar una tregua con Lincoln y sus hombres; fue rechazado.

Al regresar a Georgia, donde permanecería los siguientes 18 meses, Stephens se enfureció. Llegó a creer que Davis había saboteado intencionalmente sus intentos de paz. Su apoyo a la invasión de Pensilvania del general Robert E. Lee había resultado en un rotundo fracaso para el Sur en Gettysburg y había reanimado al Norte. Además, Davis le había enviado una carta a Lee informándole de la visita de Stephens al Norte, la cual cayó en manos del enemigo al ser capturado su correo. Stephens creía que no había sido casualidad. Davis claramente había enviado al correo por una ruta que aseguraba su captura.

Para Stephens, la libertad frente al poder del gobierno era más importante que la independencia. En una carta a un amigo, insistió en que sería mucho mejor para el Sur ser «invadido por el enemigo, nuestras ciudades saqueadas e incendiadas, y nuestra tierra desolada, que permitir que el pueblo sufriera así que supuestos amigos entraran y tomaran la ciudadela de sus libertades».

En 1864, Stephens pasó tres horas en el Congreso criticando duramente a su propio presidente y a quienes apoyaban la suspensión del habeas corpus. Estaba desesperado: «¡Díganme que no confíe en el presidente!», exclamó. «¿Quién está a salvo bajo semejante ley?... ¿Podría todo el país estar más completamente bajo el poder y control de un solo hombre?», preguntó. «¿Podrían los poderes dictatoriales ser más completos?». Temeroso del rumbo del país y desesperanzado por su capacidad para cambiar su curso, Stephens se retiró una vez más al mundo de las letras.

A finales de 1864, incluso aquellos que no eran abiertamente hostiles a las supuestas políticas antidemocráticas de Davis se mostraban cada vez más escépticos sobre su capacidad para ganar la guerra. El Montgomery Mail publicó un artículo de opinión en el que argumentaba que cada paso que había dado el Sur Confederado durante los cuatro años anteriores había ido «en dirección al despotismo militar» y que «la mitad de nuestras leyes son inconstitucionales».

Davis permaneció notablemente impasible ante tales críticas. Admitió ante un invitado que lamentaba que su vicepresidente se hubiera dirigido a la legislatura de esa manera. Insistió en que no creía que Stephens fuera antipatriota, sino que simplemente esperaba que lo persuadieran para colaborar de forma más armoniosa.

Stephens no correspondió al delicado tono de Davis. Prácticamente había «estado haciendo todo intencionalmente; creo que podría reelegir a Lincoln».

 Fue esta misma reelección la que abría aún más la brecha entre ambos. Los demócratas del Norte hacían explícitas propuestas de paz. Stephens esperaba que, «si nuestros oficiales y militares no cometían errores y solo resistían durante diez semanas... Lincoln podría ser derrotado, y un hombre de paz elegido en su lugar... y con ese resultado, tarde o temprano, la paz llegará».

Al regresar a Richmond, Stephens decidió visitar la casa del presidente, pero lo dejaron llamando a la puerta con furia. Creía que Davis estaba en casa, escondiéndose de él, y ha «Desde su investidura, todos sus actos son congruentes con la trayectoria de un débil, tímido, astuto y sin principios, aspirante al poder absoluto mediante la usurpación, al estilo de Luis Napoleón», escribió. Davis había ordenado a su personal que no le abriera la puerta. La relación entre ambos hombres se había deteriorado, pasando de la tragedia a la farsa.

Para sorpresa de muchos, sobre todo de Alexander Stephens, en enero de 1865, Davis solicitó a su vicepresidente reunirse con Lincoln para negociar la paz. Al mes siguiente, Stephens se reunió con Lincoln y el general Ulysses S. Grant. Enfermizo, pequeño y poco acostumbrado al frío del norte, Stephens llevaba un abrigo tan grande que su ya diminuto cuerpo se veía aún más pequeño. Las memorias de Grant recuerdan este encuentro:

Tras una breve conversación, Abraham Lincoln me preguntó si había visto el abrigo de Stephen. Respondí que sí.

"Bueno", dijo, "¿lo viste quitárselo?" Dije que sí.

"Bueno", dijo, "¿no crees que era la mazorca de maíz más grande y la mazorca más pequeña que hayas visto jamás?"

 Lincoln insistió en que no se conformaría con nada menos que la restauración de los Estados Unidos y la emancipación de los esclavos. Sin embargo, Davis no se conformaría con nada menos que la esclavitud y la secesión. La paz no llegó. La situación económica no mejoraba. Temeroso de la reacción, el Congreso del Sur había ignorado durante mucho tiempo la necesidad de gravar las propiedades de los dueños de las plantaciones, con la esperanza de que un impuesto bajo al algodón exportado aumentara los ingresos. Sin embargo, el bloqueo del Norte lo impidió. La recaudación fiscal era tan baja que solo representaba una catorceava parte de los ingresos del gobierno confederado, y la inflación se disparó a medida que el gobierno imprimía dinero desesperadamente en respuesta. Los ciudadanos confederados acapararon bienes y usaron otras formas de moneda, y los negocios cesaron sus operaciones.

El 6 de febrero de 1865, Jefferson Davis pronunció su último discurso como presidente de la Confederación. «Unamos, pues, nuestras manos y nuestros corazones», declaró, «unamos nuestros escudos, y bien podemos creer que antes de que nos alcance otro solsticio de verano, será el enemigo quien nos pedirá conferencias y ocasiones para dar a conocer nuestras demandas».

El carácter embriagador y delirante del discurso cautivó al público, y Davis, cansado de la guerra, volvió a ser, por un instante, el líder seguro y convincente de antes. «Aunque fue brillante», recordó Stephens, «lo consideré casi una demencia». Davis intentó que Stephens subiera al escenario, pero su vicepresidente se negó. Cuando le preguntaron qué iba a hacer, Stephens fue franco: «Vete a casa y quédate allí».

Cuando Robert E. Lee se rindió ante Grant el 9 de abril sin la aprobación de Davis, el presidente confederado se dirigió al sur con la intención de evitar una derrota total el tiempo suficiente para llegar a mejores condiciones. El asesinato de Lincoln, ocurrido cinco días después, despertó sospechas sobre la participación de Davis, y se ofreció una recompensa de 100.000 dólares por su cabeza. Tan solo un mes después, fue capturado por soldados del norte, quien intentó evadir la captura disfrazándose con una capa y un chal. Dos días después, Stephens fue arrestado por traición en su domicilio de Georgia.

 Jefferson Davis y Alexander Stephens se conocieron por última vez cuando se encontraron prisioneros, en un mismo barco, rumbo a dos prisiones diferentes. Davis cumpliría su condena en Fort Monroe, Virginia, con grilletes en los tobillos, bajo la supervisión constante de guardias dentro de su habitación y con solo una Biblia y un libro de oraciones para leer. Stephens fue enviado a Fort Warren, en el puerto de Boston, durante cinco meses. Cada uno escribió su propia historia de la Confederación.

Escribiendo en su diario de prisión, Stephens culpó al presidente Davis de la desastrosa conducta de la Guerra Civil: "la verdad es que en cuanto a capacidad no está por encima de un hombre de tercera clase en su propia sección si tiene derecho a un rango tan alto como ese".

En su libro "Auge y caída del gobierno confederado", Davis intentó reivindicar y defender sus acciones durante la guerra, minimizando la esclavitud como justificación. No parecía arrepentirse de su presidencia. ¿Llegó Stephens a arrepentirse de su vicepresidencia?

Ningún sureño se había opuesto a la secesión con tanta vehemencia como Alexander Stephens. Pocos habían luchado tan incansablemente como él para evitar que su estado se retirara de la Unión o precipitara la guerra. Pero al asumir el cargo, se hizo responsable de ambas cosas. «Qué extraño me parece sufrir así», escribiría desde la prisión en 1865. «Yo, que hice todo lo posible para evitar [la Guerra Civil]... El 4 de septiembre de 1848, estuve a punto de perder la vida por resentir la acusación de traición al Sur, y ahora estoy aquí, prisionero, acusado, supongo, de traición a la Unión. En resumen, no he hecho nada que no me pareciera correcto».

Si uno se pregunta por qué se permitió convertirse en vicepresidente, también hay que considerar por qué permaneció en ese puesto hasta el sangriento final.

Stephens se había opuesto abierta y virulentamente al reclutamiento, la ley marcial, la política financiera de la Confederación, las tácticas y estrategias militares. Creía que Davis estaba, en el mejor de los casos, imperdonablemente equivocado y, en el peor, en la constitución de un tirano. Su decisión de permanecer como vicepresidente del incipiente estado secesionista fue una decisión palpablemente extraña, incomprensible más allá del carácter peculiar de Stephens, sus defectos y sus ambiciones personales.

Stephens encontró la indignidad de su encarcelamiento casi insoportable; a veces, reía y bromeaba en cartas y diarios, y otras, lloraba a borbotones. Sin embargo, la experiencia le permitió ordenar sus pensamientos con serenidad y lógica por primera vez en años, y se dedicó a escribir una historia de la Confederación. Sus comentarios fueron más serenos que en años anteriores. Tras años de detractores, llegó a la conclusión de que, si bien «ciertamente no era su objetivo desmerecer al Sr. Davis... lo cierto es que, como estadista, no fue un hombre excepcional».

Lo mismo podría decirse de sí mismo. En lugar de dimitir como crítico y oponerse al rumbo de la guerra, Stephens se mantuvo como una figura censuradora en el ejecutivo. En lugar de cambiar la política, reprendió públicamente al presidente. En lugar de mostrar unidad, denunció. En lugar de convertirse en un hombre de letras, filtró su propia información.

Años después, simpatizantes confederados revisarían la razón de ser de la decisión de secesión, minimizando la importancia de la esclavitud dentro del mito de la «Causa Perdida». Stephens no fue la excepción, aunque su propio discurso sería el que puso fin a tales afirmaciones. «Nuestro nuevo gobierno... piedra angular se basa en la gran verdad de que el negro no es igual al hombre blanco; que la esclavitud -la subordinación a la raza superior- es su condición natural y normal. Este, nuestro nuevo gobierno, es el primero en la historia del mundo basado en esta gran verdad física, filosófica y moral».

La tensa relación de Stephens con Davis se convertiría en un símbolo de la doble identidad en el corazón de la filosofía confederada. La creencia de Jefferson Davis en la necesidad de un poder ejecutivo unificado y centralizado durante la guerra se vio encarnizadamente opuesta por la defensa de Alexander Stephens de un gobierno estatal por consenso y de la libertad civil del individuo (blanco). El colapso de su relación se entrelazó con el de la causa confederada más amplia de la secesión y la esclavitud.

 

Michael Mansilla

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